domingo, 25 de julio de 2010

443 años de amor y de odio

Caracas posa para tí...

Lo que comenzó como un simple intercambio de fotos entre twitteros amantes de la ciudad, ahora pasó a ser un ejercicio de ciudadanía que hemos llamado CIUDAD POSITIVA. Esto no es más que un concurso de fotografía amateur para honrar a Caracas en su aniversario. El reto es centrar su mirada –tan sólo por un minuto- en el lado amable de la ciudad. En aquello -natural o construido- que nos caracterice como urbe o que haga diferente a Caracas del resto de las ciudades del mundo. Las mejores imágenes -seleccionadas por los reconocidos fotógrafos Roberto Mata, Nicola Rocco y Gabriel Osorio- saldrán publicadas con su respectivo crédito en 100 libretas, que se producirán sin fines comerciales en honor a la ciudad. La ganadora saldrá publicada en la caratula y su autor recibirá de premio un curso de fotografía en el Taller de Roberto Mata.

Regálale a Caracas tu mejor foto!!!




Fotos @varochu,@shirleytwitt,@GerarGM,@doraparedes,@anajulia07, @MireyaCordero @GabAguzzi

ConcursofotosCcs

443 años de amor y de odio

Lo que fue Caracas...





443 años de amor y de odio

Sultana de El Ávila
Aquí, el trabajo maravilloso de Diego Di Marcantonio. Disfrútenlo...

Epilogo 2009 from Diego Di Marcantonio on Vimeo.

443 años de amor y de odio

Los sonidos de Caracas

Lo invito a que cierre los ojos e identifique la música de esta ciudad...






Edicción de audio: Gleybert Asencio
Tomado del CD: Caracas 442 años sonando. Dj Castor & Dij Garcilazo

lunes, 19 de julio de 2010

Las cosas que disfruto de esta ciudad..




El encanto de Nebrada

Caracas bailó… Al ritmo del flamenco, del breakdance, de la salsa casino, del ballet, de los tambores, de la capoeira. Y no se detuvo. Giró, saltó, taconeó, se meneó, batió las caderas, alzó los brazos, sacudió la cabeza, agitó las manos y aplaudió, aplaudió, aplaudió en señal de un profundo agradecimiento hacia el Festival Viva Nebrada por haberla hecho vibrar de emoción.

Tres días de baile hicieron de Caracas una ciudad idílica. Por primera vez, los cinco municipios coincidieron en el programa de un evento cultural. Libertador, Sucre, El Hatillo, Chacao y Baruta estuvieron unidos por la danza. Y ese, a mi juicio, es el mayor logro de este festival. Nadie quedó excluido. Todos bailaron, se impresionaron, se emocionaron y disfrutaron del espectáculo en un espacio público.

Si. La danza se exhibió en las plazas, al aire libre, a la vista de muchos y al alcance de todos. Allí, el segundo logro. Viva Nebrada sacó a la gente de los espacios cerrados, sacudió en muchos el miedo de salir a la calle y los llevó a lugares donde quizás nunca habían ido. Sólo para ver a la ciudad bailar.

Estando en El Calvario me pregunté cuántas personas asistían a ese lugar por primera vez. De seguro, varias. Y estoy convencida de que se fueron encantadas. Cómo no. Aquella impresión de una mujer guindada a un aro haciendo piruetas con la imagen de las Torres de El Silencio atrás, no se podrá olvidar jamás. Ni tampoco ese atardecer con la ciudad a los pies. El espacio era nuestro. Y allí nos sentimos cómodos para interactuar, observar al otro, identificarnos y compenetrarnos en un todo.

El segundo espectáculo que se realizó en la Plaza Alfredo Sadel estuvo saturado de energía. Por muchas razones. Por la demostración de voluntad que dieron los chicos de Tránsito Danza Integrativa. Por el sabor latino de la Salsa Casino. Por la fuerza y la alegría contagiante de la capoeira. Por la espontaneidad del breakdance. Y por las ganas del público de querer bailar.

A la presentación en la Plaza Miranda de Los Dos Caminos y en la Plaza Bolívar de El Hatillo no pude asistir. Ustedes me dirán qué tal. Pero sí puedo decirles que la Plaza Los Palos Grandes quedó sacudida. La danza aprovechó cada uno de los elementos de ese nuevo espacio público y lo transformó. Sus escaleras fueron tomadas como escenario. Su estructura metálica también. Incluso, su espejo de agua sirvió para la presentación del grupo Danzatan y su maravilloso Tambor de Agua. El juego de la música, el movimiento del cuerpo, los colores, el agua… Lo mejor que ví. O que vimos, porque muchos expresaron con los gestos de su rostro un gusto por el espectáculo.

Lástima quienes no cedieron un poco para dejar ver a los demás. O quienes decidieron pisar la grama de la plaza -pese a la prohibición- para apoderarse de una mejor visual. Pero esas detalles no los resuelve la danza. Es cuestión de educación. Lo que le correspondía al Festival Viva Nebrada lo logró. Despertó a la ciudad. La hizo vibrar. La llenó de emoción. Y la dejó con la idea de que hay que repetirlo.

Bravo, bravo y bravo!!!

Mirelis Morales Tovar

@mi_mo_to

Fotos: Carlos "Caque" Armas. Eugenio Martínez

miércoles, 14 de julio de 2010

Las cosas que sufrimos en esta ciudad...



La agonía del Metro*



A las cuatro y media de la tarde el Metro de Caracas es un monstruo en calma. El gusano de acero se desliza, sin mayor novedad, a un máximo de cuarenta y cinco metros por debajo de la superficie, a lo largo de las veintidós estaciones de la Línea 1. Al menos, eso parece. Me subo en la estación Altamira con dirección a Propatria, como cualquiera de los 1,8 millones de usuarios que a diario utilizan el sistema. Consigo puesto. Un vagón con aire acondicionado. Y un tren sin fallas. Todo por el precio de 0,5 bolívares fuertes o el equivalente a un cuarto del pasaje del transporte superficial. Ello gracias a la política socialista que mantiene el boleto del subterráneo congelado desde junio de 2006.

Parto de lo que podría llamarse el reducto de la clase media. De la única estación donde se puede conseguir un stand para adquirir computadoras a crédito. O una venta de perfumes de contado. Que goza de accesos limpios y despejados de buhoneros o mototaxistas. Pero que no se salva de la invasión de propaganda política, aunque esté ubicada en territorio opositor. Es así. Ni los metros y metros que nos alejan de la superficie sirven para abstraernos de la realidad.

Se nota que el rojo lo tiñó todo. La emblemática letra M naranja que identificó a la empresa por más de veinte años cambió por una estrella roja y un eslogan que reza: “Motores a máxima revolución”. Los uniformes que dejaban ver la diferencia de jerarquía entre cada trabajador poco a poco se han ido unificando con chalecos rojos. Lo único que aún sobrevive es la franja de colores de los vagones, como símbolo de tolerancia. Pero ese detalle desaparecerá en el año 2012, cuando lleguen a Venezuela los cuarenta y ocho nuevos trenes traídos de España. A partir de allí, el metro será “rojo, rojito”, como diría el ministro Rafael Ramírez. Y a quien le incomode, no tendrá otra que tomar su camionetita a un costo cuatro veces mayor.

Miro los afiches de mi alrededor que otrora servían para publicitar Mantequilla Nelly, Lavadoras Condesa o Toallas Sanitarias La Mía, y ahora sólo veo propaganda de misiones. Memorable aquella que dice “Más que amor frenesí” junto con la imagen de Chávez cargando una niña. Cómo olvidarla. Observo muchas cajas luminosas vacías y el resto con mensajes de organismos del Estado. Veo pintas en los asientos hechas con marcador negro que le recuerdan a Chávez que “sea varón” (como le dijo Uribe en una cumbre presidencial) o que culpan a Globovisión de promover el odio. Y me convenzo de que aquí la división viaja silenciosa, latente, sin pagar su ida y vuelta.








Me gustaría saber qué pensaría el primer presidente del Metro, José González Lander. Él, que sobrevivió por veinte años a cuanto gobierno adeco o copeyano pasó por Miraflores, para garantizar una continuidad administrativa en tiempos de la llamada Cuarta República. De seguro, tendría mucho qué decir. Más si supiera que sólo durante la gestión de Hugo Chávez han desfilado diez presidentes por la empresa de transporte. Casi uno por año. Así, como si se tratara de una bodega o una pulpería. Entro el andén −sombrío y silencioso− y al rato escucho al operador recordarle a los “señores usuarios” que deben permanecer detrás de la raya amarilla hasta que el tren se detenga. ¿Por qué tendrán que recordar siempre lo mismo?, me pregunto. Pero al ver al hombre que tengo al frente –moreno, de unos veinticinco años, jeans, gorra y zapatos de goma voluminosos− sobre la raya, entiendo por qué tanta repetición. Debe ser esa serpiente amarilla que ahora está dibujada en el piso del andén, con la intención de marcar distancia entre el caos y el orden, que tiene confundida a la gente. No veo otra explicación.

En mis travesías en el Metro −y que conste que son bastantes, como usuaria o reportera− he visto a operadores llamar la atención a pasajeros que saltan el torniquete. He escuchado regaños en público “a la madre irresponsable” que dejó a su hijo sentarse en el andén. He sentido pena ajena por “el hombre de camisa azul” a quien agarraron escupiendo hacia los rieles. He visto jóvenes viajando en el espacio que queda entre vagón y vagón por pura excitación. He recibido fotos de usuarios tomando cervezas en los pasillos del tren y de carteristas en acción. Y he pasado por aquella papelera que “meó” el borracho, que aparece en el famoso video de youtube. El viaje es libre para la anarquía.

En mi vagón −de paredes beige, sillas naranjas, techo y suelo marrón− se exhiben afiches que pretenden hacer entender que “Cumplir las normas del Metro es facilito”. Un niño es quien da lecciones de civilidad y le recuerda al usuario que debe ceder los puestos de color azul a los mayores. Otra niña señala que hay que usar audífonos para escuchar música, a fin de no interferir con los mensajes del operador. Pero no hay manera. A mi lado, un abuelo está parado junto a una de las puerta y de fondo escucho la salsa “No le pegue a la negra” como más bien si viajara en un “por puesto”.

La Cultura Metro caducó. Eso que fue ejemplo de civilidad de la ciudad murió de tan gastada. Y de ella sólo se acuerdan quienes vivieron los inicios del sistema. Allí por 1983. Cuando en la capital sólo había medio millón de vehículos y cerca de dos millones de habitantes, según cifras oficiales. El Metro, en ese entonces, transportaba un promedio diario de ciento cincuenta y tres mil pasajeros en días laborales. Hoy, luego de veintisiete años de servicio, la Caracas del Metro es otra. 1,9 millones de vehículos y cerca de seis millones de habitantes ocupan el territorio que se extiende hasta las ciudades dormitorios.

Demasiada gente para un sistema que fue diseñado para atender una demanda de 1,3 millones de pasajeros diarios y que en este tiempo no ha logrado crecer lo suficiente para mantener su capacidad instalada. Sin contar que tampoco ha logrado repotenciar una maquinaria que sobrepasó su vida útil. De allí que al menos treinta y dos de los cuarenta y ocho trenes de la Línea 1 presenten fallas, principalmente por problemas en sus motores. Más de veinticinco por ciento de las escaleras mecánicas de la Línea 1 (sesenta y nueve de las doscientas setenta y seis) no están disponibles por problemas de mantenimiento. Y el funcionamiento del aire acondicionado corre por cuenta del azar.
Así que, a tono con el socialismo, el sufrimiento dentro de los vagones del Metro de Caracas es igual para todos. Todos pasamos calor. Todos viajamos hacinados en las horas pico. Todos nos calamos el mantenimiento eterno de las escaleras mecánicas. Todos hacemos colas para usar un torniquete. Todos somos desalojados de los vagones cuando presentan fallas. Todos padecemos los retrasos. Pero pocos reclaman. Sólo cruzamos entre nosotros miradas de descontento. Y ya. Estamos acostumbrados.



***
Hay preocupaciones mayores, según escucho a mi alrededor. “Qué va. Eso es muy caro”, le reclama una mujer de aspecto descuidado, bajita y pasada de peso, a una compañera. “Eso se consigue más barato”, acota. Un hombre canoso, de unos cinco años, jeans y camisa de rayas comenta: “Anoche los calambres no me dejaron dormir… Y esa pastilla que me mandaron no se consigue”, dice mientras su amigo intenta abanicarse con el periódico, que lleva por título de primera página: “Alimentos aumentaron 32% en los últimos 6 meses”.
De los trabajadores del gobierno identificados con carnet o uniforme no he logrado escuchar reclamo alguno durante estos percances. Pero de los ciudadanos sin identificación sí. Y a cada rato. “Este Metro no quiere servir para media mierda”, le escucho decir a un pasajero cuando nos desalojan del vagón en la estación Colegio de Ingenieros. “Chico, si estaba funcionando perfecto. Hasta aire tenía”, le dice su compañera. Cierto. Éramos privilegiados y no lo sabíamos.
Pero el Metro es así, impredecible. De los cien minutos de retraso diario en promedio que registra por fallas, alguno nos tenía que tocar. Aun así –y allí lo más cómico de todo- es que nadie se atreve a tomar el transporte superficial. Todos esperamos el próximo tren. Molestos, pero lo esperamos. No sólo por un tema de costo. Sino porque -a pesar de todo- siempre es posible llegar más rápido en metro. Aparte, nos ahorra la angustia de pasar cuatro horas diarias encerrados en el tráfico o la molestia de toparnos en un estacionamiento con el cartel “No hay puesto”. Así que errado no estuvo quien lo bautizó en la década de los ochenta como “La Gran solución para Caracas”.
Y bueno… A decir verdad, tiene sus salvedades. Hay quienes aprovechan el trayecto para dormir, sobre todo los que vienen de Los Teques. O para leer, así sea a hurtadillas el periódico del pasajero de al lado. Aún es posible ver un poco de civismo del caraqueño en cuanto a la limpieza del espacio. Y de cuando en cuando, logras escuchar alguna buena interpretación musical de los grupitos que han invadido los trenes, en busca de una ayudita y un gesto de receptividad. Así que, ni modo, aquí nos quedamos.

***
El primer tren pasa, pero viene repleto. Llega otro: igual. Y siento que la gente se impacienta.“Señores pasajeros, se le agradece su máxima colaboración. En breves minutos arribará otro tren al andén”, se escucha decir por los parlantes. En mi espera veo entrar, con dirección a Propatria, el tren rotulado de blanco con la inscripción de letras en rojo que dice “Moral y Ética Socialista”. Un momento de reflexión me permite reconocer que −en estas circunstancias y con este calor− no tengo moral ni ética y menos una pizca de socialismo. 
Un poco de capitalismo, a decir verdad, no le hace mal a nadie. El Metro también comulgó con esa corriente y de ella bastante que se benefició. Hablo de aquella época cuando las empresas pagaban millones por tapizar con sus marcas las paredes, escaleras, torniquetes del subterráneo. O por rotular los vagones con sus productos, a sabiendas de la exposición que tendrían bajo tierra. Pero esa explotación comercial se mantuvo hasta que la directiva del Metro decidió rescindirle el contrato a la firma DLB Group, por considerar que tenía un monopolio con la comercialización de los espacios publicitarios y así –de un día para otro− el consumismo se esfumó.

Lo que quizás no sabían es que el socialismo le saldría caro. Tal decisión le costó al Metro de Caracas dejar de percibir cerca de seiscientos mil bolívares fuertes mensuales por la pérdida de al menos cuarenta clientes. Y una empresa con un déficit de 1.450 millones de bolívares fuertes, según proyecciones de la Oficina Nacional de Presupuesto, no podía darse ese lujo. El actual presidente Víctor Matute parece haberlo entendido. Por eso, este año finalmente autorizó la comercialización de espacios publicitarios a cuatro empresas. Razón por la que comienzan a verse tímidamente algunas marcas en medio de avisos oficiales del Seguro Social, Cantv, Movilnet, entre otros. En un gesto de convivencia.

Me detengo a mirar uno. El afiche del Fonden (Fondo de Desarrollo Nacional). “Kilómetros y kilómetros de desarrollo nacional”, se lee. Me río, sin querer. Pero saco cuentas y los números no me dan. Según tengo entendido, la Cuarta República dejó un legado de cuarenta estaciones (cuarenta y siete kilómetros) más dos patios y este gobierno sólo ha construido diez estaciones (21,5 kilómetros), todas proyectadas en los tiempos de González Lander. Así que nada nuevo nos ha dejado. “¡Ya va, con calma!”, escucho gritar a una usuaria cuando intenta entrar al vagón y su súplica me saca de las cavilaciones. “¡No caben, no caben. Móntense en el techo!”, grita otro, al ver la marea de gente que intenta entrar. Es la hora. El caos se instaló.

En pleno túnel el tren se detiene. Lo que pude haber hecho en veinte minutos ya se ha extendido a cuarenta. Sigue parado unos segundos más y mientras tanto me quedo mirando el mapa del Metro. Ese que incluye estaciones fantasma como Las Mercedes, Chuao, Bello Monte para vendernos la idea de progreso. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que el Metro llegue al sureste de Caracas?, me pregunto. Pero me vienen a la mente las palabras de aquel presidente del Metro, Claudio Farías, quien se atrevió a decir –a costo de su despido− que la Línea 5 sería reformulada porque así como estaba planeada beneficiaba a la oligarquía. Y me convenzo –porque sé que ese proyecto sólo ha avanzado quince por ciento en tres años−de que ese anhelo puede demorar tanto como la llegada de un próximo gobierno.

−Permiso, por favor, que aquí me bajo yo.


*Texto escrito para la Revista Marcapasos

Ilustración Rayma.


Nota: Pido excusas por la extensión del texto y por no haber publicado antes, pero no tengo Internet en estos momentos.


martes, 6 de julio de 2010

Las cosas que sueño en esta ciudad...




La Petare que construí en un sueño...

Conozco poco el Casco Histórico de Petare. O mejor dicho casi nada. Pero basta merodear por allí para darse cuenta lo hermoso que podría ser ese lugar. Sus calles de piedras evocan el recuerdo de otra época. Juro que casi se podría escuchar el sonido de las carretas pasar. Sus casas coloniales con sus ventanas de hierro y sus puertas de madera nos recuerdan la existencia de vida más allá de nuestro tiempo. Su iglesia imponente. Su plaza Bolívar. Sus callejones... Es un espacio congelado en un siglo pasado, en el que me hubiese gustado existir.

Pero algo nos trae a la realidad. Una bandera ondeante del PSUV como símbolo de victoria por la toma de la sede la Alcaldía de Sucre nos sacude la nostalgia. Es ese símbolo rojo en los ventanales de lo que por derecho debería ser el asentamiento del poder municipal. Es la basura que inunda la plaza. Es la indigencia que merodea por las esquinas en busca de comida. Es la sensación de miedo que reina en el ambiente por la ausencia de personal de seguridad. Todo ello -y más- rompe con el encanto de aquel lugar.

Por eso, aplaudo la iniciativa de la Alcaldía de Sucre de llevar el programa “Rescatando Lo Nuestro” al Caso Histórico de Petare. Supe que durante 30 días se realizarán trabajos de limpieza y reparaciones en general que ojalá ayuden a devolverle la vida a este lugar. Según Carlos Ocariz, en un mes estará lista una estructura para brindar mejor seguridad en la zona colonial, que, a su juicio, será novedoso e impactante.

Eso está muy bien. Pero creo -humildemente- que se necesita un poco más. Promover actividades. Reactivar el comercio. Organizar eventos cultural. Cerrar el paso de vehículos y convertir el casco histórico en una zona peatonal. Involucrar a la comunidad en el rescate del espacio. También podría ser parte de esa recuperación. Digo yo.

Lo bueno es que el rescate se inició. Ahora quiero soñar y pensar que algún día el Casco Histórico de Petare podría parecerse al pueblo de Usaquén en Bogotá. Una zona turística donde se pueda caminar, ver tiendas artesanales, tomarse un café, comer o ver espectáculos culturales en el medio de la plaza. ¿Por qué, no? La actividad comercial o cultural y la toma del espacio público por parte de los ciudadanos es lo único que puede hacer alejar el miedo y devolverle vida a la ciudad. Y saben qué, soñar aquí no cuesta nada.

Mirelis Morales Tovar

Fotos: Carlos "Caque" Armas



jueves, 1 de julio de 2010

Las cosas que me gustan de esta ciudad...



Y Caracas bailará...

No sé nada de danza. Lo confieso. Pero la idea de que vayan hacerse presentaciones en cinco plazas de Caracas -así como en los tiempos del Festival Internacional de Teatro- me despierta la curiosidad. Eso de que hagan una exhibición de Flamenco y Ballet Neoclásico en El Calvario. Danzas tradicionales en la Plaza Los Palos Grandes. Capoeira y Salsa Casino en Plaza Alfredo Sadel. Danza contemporánea en la Plaza Miranda. Y solos de danza en la Plaza Bolívar de El Hatillo. Hay que verlo y ya.

Así que quienes quedaron nostálgicos por el cierre de la quinta edición de Por el Medio de la Calle,  podemos armar agenda con las actividades que incluye este año el Festival Viva Nebrada. Y vaya que tenemos qué hacer. Ya a partir del 7 de julio y durante los siguientes dos miércoles, se estarán realizando cineforos en el Transnocho Cultural a un costo de 35BsF. El 17 de julio será la presentación en El Calvario a las 3:00 p.m. y en la Plaza Alfredo Sadel a las 7:00 p.m. El 18 de julio le toca el turno a la Plaza Miranda (mejor conocida como Milenium) a las 3:00 p.m. y a las 4:00 p.m. en la Plaza Bolívar en El Hatillo. Y el lunes 19 cierran con La Plaza Los Palos Grandes a las 7:00 p.m.

A mi juicio, lo más interesante de esta propuesta es que la danza unirá a los cinco municipios. Y eso me parece demasiado loable. “Queríamos que Caracas quedara inundada con danza. Esa era la idea. Y contamos con la receptividad de todas las alcaldías, que fue lo mejor”, comentó Eloísa Maturen, organizadora del Festival Viva Nebrada. “Queremos que la gente sienta que la danza no es exclusiva de los teatros, sino que también está en la calle. Y estamos seguro que una vez que se acerquen a la plaza van a quedar enamorados”.

Los espectáculos -según cuenta- buscarán quitarle a la danza la etiqueta de “aburrida” y mostrarle al público que la salsa casino, la capoeira, el flamenco, la improvisación también forman parte de ese arte. “La danza es la expresión del cuerpo en movimiento. Lo que pasa es que quizás hemos sido muy clásicos y no hemos mostrado el abanico de estilos que hay. Por eso queremos presentar a estas agrupaciones que tienen mucho tiempo trabajando y cuyo esfuerzo hay que darlo a conocer”.

Esa ruptura de lo clásico también permitirá ampliar el margen de edad del público y extender la experiencia a jóvenes entre 18 y 30 años. Claro, para el público adulto estarán reservadas las galas en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño los días 24 y 25 de julio, con la presentación de la Orquesta de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, dirigida por el Maestro Gustavo Dudamel. Así que hay para todos.

No sé a ustedes, pero a mí me parece que el Festival Viva Nebrada promete. Así que, por mi parte, comenzaré a reservar fechas, porque esta experiencia de ver la ciudad al ritmo de la danza no me la pierdo.





Más información en www.vivanebrada.com / @vivanebrada

Mirelis Morales Tovar

@mi_mo_to 

Las cosas que se hacen en otras ciudades..





En el Centro ¡Yo cuento!
Bogotá nos da una cátedra en lo que a transformación de ciudad se refiere. Basta ver este video que me sugirió Hector Burguillos para comprobarlo. Se trata de una propuesta de renovación del Centro. Y lo que más me llama la atención es cómo buscan involucrar a la empresa privada, a la municipalidad y a los ciudadanos en un mismo objetivo: el rescate del espacio público. El video que utilizan para explicar el Plan Centro es super didáctico, responde al qué, cómo, cuándo, por qué. De manera que nadie quede con dudas sobre lo que se busca con la transformación del Centro de la ciudad. Pero lo que más me gusta es que resaltan una y otra vez la importancia de que el ciudadano se involucre e incluso lo animan a participar. De allí el lema: En el Centro ¡Yo cuento! No voy a caer en comparación con lo que se está haciendo en el Casco Histórico de Caracas para no entrar en diatribas. Sólo quería compartir este interesante material para que veamos que si otras ciudades pueden, nosotros también.

Mirelis Morales Tovar
@mi_mo_to