William Niño Araque:
El novio eterno de Caracas
"William Niño murió
llevándose en la cabeza una Caracas habitable". Zapata
Él veía lo que otros no lograban ver. Era su curiosidad innata y
esa mirada tan acuciosa lo que hacía que William Niño Araque revelara una
Caracas que sus habitantes les sonaba desconocida. Su amor por lo estético, por
la belleza, tan propia de su oficio de arquitecto, le confería esa sensibilidad
para apreciar más allá del objeto. Por eso, como buen enamorado, siempre quiso
mostrar el lado más hermoso de su ciudad. Sin obviar, claro está, las fallas
que la carcomen.
“La curiosidad innata de William hizo que descubriera la ciudad de
Caracas como su refugio favorito en el mundo”, comenta la urbanista María
Isabel Peña. “Su amor por la buena arquitectura y por los personajes detrás de
cada lugar y cada edificio, lo llevaron a ir más allá. Siempre fue un niño
explorador… Logró ver lo que ya todos cansados no veíamos ni oíamos. Incluso,
las sombras, lo oscuro. Recuerdo aquella pregunta que le hizo alguna vez
Federico Vegas: A ver William ¿cuánto es que somos en Caracas? A lo que él
respondió, luego de pensar un rato seriamente: ¿con o sin pájaros?”.
Era caraqueño nato. No “gocho” como algunos llegaron a creer.
Nació en Caracas el 03 de marzo de 1954, en el seno de una familia oriunda de
San Cristóbal. Eso si. Era el mayor de cuatro hermanos. Su apego a la familia
lo mantuvo hasta el final, pues nunca rompió con la costumbre de almorzar
religiosamente en casa. Esmeralda Niño recuerda que desde siempre quiso
estudiar arquitectura, pues estaba muy unido al tema de las artes plástica. Su
padre le fomentó ese interés y estimuló su curiosidad por recorrer la ciudad.
“Mi padre era comerciante y William lo acompañaba siempre en sus
recorridos”, recuerda Esmeralda. “Ambos fueron a la inauguración del teleférico
y le gustaba pasear por los mercados libres de Caracas”. Esos paseos los evocaba William con tal
entusiasmo entre sus amigos y colegas, que algunos piensan que esa fascinación
por la ciudad viene desde la infancia. “Él siempre contaba esos paseos con su
padre por el centro, hablaba sobre la fascinación que le producía las torres
del Centro Simón Bolívar, el goce infinito de atravesar los túneles de la
autopista de la Guaira y el gusto por los mercados del Cementerio y San
Martín”.
Su capacidad de sorpresa no dejaba de impresionar al fotógrafo
Vazco Szinetar. Esa facilidad para entender las ciudades y compartir esa mirada
tan suya, que siempre resultaba ser una visión creativa del mundo urbano.
“Andar por la calle con William era fascinante. Era hacer una revisión de la
ciudad, por donde uno habitualmente va ensimismado. Era un ejercicio de
conocimiento. Él se planteaba de manera espontánea conocer la ciudad. Le deba
una mirada acuciosa, creativa... Para William, la ciudad era una tarea”.
Ese afán de hallar y ese curiosidad inquietante que lo caracterizaba,
caminaba de la mano de una necesidad imperiosa por compartir aquello que
descubría. De no quedárselo para sí. Lo que explica por qué se empeñó durante
el tiempo que estuvo en la Galería de Arte Nacional y en la Fundación para la
Cultura Urbana, a emprender proyectos de difusión. Fuesen exhibiciones,
publicaciones, programas de radios o lo que su mente se atreviera a proponer
para divulgar sus hallazgos y contagiar al resto de los mortales de aquello que
lo apasionaba.
“William quería enamorar a todos del entusiasmo que le producían
sus hallazgos sobre la belleza en la arquitectura, sobre la sabiduría de la
naturaleza. De las señoras de Caracas en sus jardines, de las vistas tan
insólitas que experimentó al sobrevolar nuestra ciudad o la comprensión integral
de su país a través de álbumes de familia”, afirma Peña.
“El legado de William Niño Araque no es nada desdeñable”, agrega Marco
Negrón. “En primer lugar hay un conjunto variado de libros sobre temas de
ciudad, que aun no siendo todos de su autoría directa, si respondieron a su
iniciativa y a su tenacidad para que se materializaran. Aparte, hay un conjunto
de videos sobre el tema urbano, que vieron luz gracias a su iniciativa. Y por último su labor museográfica, que hizo
posible la realización de exposiciones sobre la obra de Tomas Sanabria, Jimmy
Alcock, Cipriano Rodríguez y aquella titulada “1950: el espíritu moderno”, que para muchos fue una
revelación sobre un período en la historia del gusto venezolano no siempre
valorado”.
Ya sea en un formato o en otro, William logró hacer lo que, a
juicio de sus allegados, nunca había hecho nadie: mirar la ciudad
integralmente. Primero entendió su naturaleza: los vientos, las cercanías con
el mar, la frontera vegetal; luego explicó su condición moderna, sin nostalgias
por el pasado armónico de “la ciudad que no fue” y, después, trató de
encontrarle salidas a su fracaso actual. No en vano inventaría el concurso “100
ideas por la ciudad”.
Su pensamiento quedó plasmado en más de 230 artículos que publicó
en el Diario El Nacional, desde finales de la década de los setenta. Hacer un
compendio de sus mejores textos fue su gran anhelo. Pero los múltiples
compromisos que asumió, por esa manía suya de no saber de decir que no, lo
llevaron a postergarlo. “Todo lo que tenía que ver con él tendía siempre a
desplazarlo, porque se comprometía con demasiadas cosas. Incluyendo su salud”,
cuenta Esmeralda.
La muerte inesperadamente le llegó el 17 de diciembre de 2010, a
la edad de 56 años. La ciudad entera
lloró la partida de quien fuera el “Novio de Caracas”. Sintió el pesar de
perder a un amante honesto, apasionado y fiel. Creyente de que vivíamos en un
lugar único por tener, en pleno centro, un jardín vertical de 85 mil hectáreas
llamado Ávila. Pero convencido de que padecía de la incomprensión tanto de sus
habitantes como de sus gobernantes.
Hoy, tres años de su partida, Caracas no lo olvida.
Mirelis Morales Tovar
@mi_mo_to
Foto principal: Vazco Szinetar
Foto secuendario: Analitica.com